En diversas
oportunidades hemos presenciado en nuestras vidas, en las de nuestros seres
queridos y las de muchas personas que por algún motivo sabemos de su existencia
como las diversas formas de maldad que existen en este mundo ocasionan
desgracias, infortunios y en menor grado tropiezos dando como consecuencia el
desgaste espiritual acompañado de dolor, frustración, desesperación y
sufrimiento que en algún momento hemos tenido que llevar como una carga
indeseable en el transcurrir de nuestras vidas.
Esta
frustración, desesperanza que nos embarga muchas veces en el momento de prueba
sobrepasa en muchas oportunidades nuestras capacidades, tanto físicas,
intelectuales e inclusive psicológicas; esto debido a la inutilidad de las herramientas
de los tipos antes mencionados que poseemos en el momento para combatir dicha
adversidad. En el llano venezolano hay un dicho que reza “el llanero es del
tamaño del problema que se le presente”, refrán éste muy motivador pero
completamente falso, ya que, seas quien seas, seas de donde seas y tengas lo
que tengas hay situaciones tan complejas que sencillamente se escapan de tu
capacidad de resolución.
Dicho esto
volvemos al estado de derrota y desesperanza que, en muchas oportunidades nos
dejan las adversidades que se presentan en nuestra vida; y lo primero que debo
identificar en un problema (aparte del problema en sí claro está) es la o las
causas del mismo, y como ramificar e individualizar las causas en sí de los
problemas es una auténtica locura voy a atreverme a identificar la raíz de la
cual provienen los contratiempos y desgracias en general que pueda usted
imaginar querido lector, esta no es otra que EL ESPARCIMIENTO DE LA MALDAD.
Ahora bien,
usted alegará (y con razón) que el concepto de maldad es muy amplio para poder
estudiarlo de forma centrada y seria a fin de buscar una solución, algo que en
la actualidad se ve utópico, de hecho pretender deshacerse del mal en cualquier
sociedad es imposible y la pretensión de ello es una mentira, es decir, maldad
en sí misma. Pero para llegar a una fuente que pueda efectivamente comprender
voy a cambiar la palabra maldad por una mucho más específica y que podremos en
general entender mejor, esta palabra en la cual se encierra la maldad en
general no es otra que EGOÍSMO.
De primera
impresión parece una locura que defina en una palabra la maldad como egoísmo;
pero antes de desechar esta idea querido lector, deseo primeramente que piense
en cualquier delito, falta, mala obra o pensamiento en general y busque de
forma analítica la raíz de dicho comportamiento y podrá ver que todos estos
actos, omisiones y pensamientos están precedidos por un deseo egoísta.
Me gustaría
en este momento irme a la Biblia y reflexionar cual es el primer pecado que
puede reflejarse allí en tiempo cronológico; y la respuesta más obvia va a ser
la rebeldía de un hermoso y perfecto ángel llamado entonces Lucifer, quién
aspiró a ser Dios y tener su propio reino. Ahora bien, ¿Qué motivó esa
conducta, esa decisión, la cual ha causado un indecible sufrimiento hasta
nuestros días? Si reflexionamos podremos ver que la causa de esa conducta fue
el egoísmo que había en su corazón; es decir, lucifer se puso de primero en el
orden de su existencia antes de poner a Dios sobre todo, inclusive él.
Así mismo
podría citar ejemplos bíblicos y de actualidad sin parar, pero todos motivados
por un deseo egoísta del perpetrador. Hay cosas que son egoístas de por sí sin
necesidad de aplicar en aparente modo el mal, como la supervivencia por
ejemplo, pero dicha necesidad puede desencadenar maldad y en consecuencia
sufrimiento.
Lo que deseo
aclarar con todo lo antes escrito es que el egoísmo es parte de nuestro ser y
con el debemos saber vivir; no obstante no podemos excluirlo como causa
principal de la maldad y el esparcimiento de ésta por el mundo que conocemos.
Ahora bien,
el panorama que planteé con antelación es efectivamente desesperanzador; pero detengámonos
un momento; si bien el mal es parte de nuestras vidas Dios nos ha dado de su
gracia y poder para combatir el mal que está entronado en este mundo.
Dios
contrapuso el egoísmo y la maldad con AMOR, FE ESPERANZA y demás frutos
espirituales; todos ellos resumidos de forma excelente y perfecta en la obra
salvadora de Nuestro Señor JESUCRISTO, quien mostro AMOR al sacrificarse por
nosotros, anteponiendo nuestra necesidad de ser salvados a su integridad física
y espiritual; mostro FE al llevar a cabo su obra en un mundo que no le conoció,
pero enseñó a sus discípulos a esperar en Dios aunque no pudiesen ver el
resultado en el momento, como muchos de
ellos esperaban y; mostro ESPERANZA como fruto del espíritu que nos ayuda a
llevar situaciones de desgracia como las que tuvo que pasar esperando así algo
mejor de lo que vivía en el momento.
Estos frutos
del espíritu van más allá de situaciones y tiempos; eso está fielmente
demostrado en el testimonio de todas aquellas personas, antes y después de
Cristo que esperaron en Dios y no han sido defraudadas bien a pesar de no
obtener los frutos de su fe en el momento que ellos en alguna oportunidad
aspiraron.
Ahora bien, ¿QUE
TIENE QUE VER LA FÉ VERDADERA EN CONTRAPOSICIÓN AL EGOÍSMO? La respuesta es
aparentemente sencilla pero encierra una gran complejidad en su ejecución, así
de complejo como el ser humano. La respuesta radica en que la fe verdadera debe
ir acompañada por un amor muy grande a Dios y a tu prójimo para poder soportar
los embates de egoísmo y consecuente maldad que tendremos que soportar en este
mundo.
A veces deseamos
brillar, tener bienestar general, posesiones, salud y una bonita familia; y
todo esto es muy bueno en apariencia pero el egoísmo más intenso se esconde en
esas “buenas” intenciones, y tener una fe verdadera ayuda a repeler ese egoísmo
escondido y también el manifiesto que se encuentra en el mundo y en nuestros
mismos corazones, porque a fin de cuentas, más o menos espiritual, o carnal;
igualmente todos somos seres humanos siempre tendientes a errar.
El Apostal
Pablo en la Carta a los Efesios, capítulo 6, compara la fe con un escudo; dicha
cita bíblica reza así: “y calzados LOS
PIES CON EL APRESTO DEL EVANGELIO DE LA PAZ; en todo, tomando el ESCUDO DE LA
FE con el que podréis apagar todos los dardos encendidos del maligno”
Fijémonos en
que el escudo de la fe es usado para apagar “dardos encendidos del maligno”. Estos
dardos en resumidas cuentas son los embates de egoísmo traducidos en maldad tan
vistos y vividos a diario por todos nosotros en mayor o menor medida.
Para
finalizar, los exhorto queridos lectores a conocer a Dios, a pedirle que nos
aumente la fe para que podamos ver que SU PALABRA está más vigente que nunca y así
podamos caminar en una dirección distinta a la destructiva impuesta por este
mundo lleno de egoísmo y maldad. Les deseo sinceramente bendiciones a todos.